Notas al programa
del concierto realizado en Trujillo el día 1 de diciembre de 2000
Música en la época Carlos V (1500-1558)
Cuando Carlos I llega en 1517 a España dispuesto a ocupar el trono
que le correspondía, lo hace acompañado de todo un séquito
de músicos neerlandeses, como ya lo hiciera antes Felipe el Hermoso
en dos fugaces visitas. Con ello introducirá en España el
estilo polifónico francoflamenco, que se había gestado durante
todo el siglo XV hasta llegar a su cénit a principios del XVI. Los
procedimientos imitativos y los recursos contrapuntísticos en general
constituían sus rasgos fundamentales. El estilo se había generalizado
por toda Europa en la segunda mitad del XV, siguiendo el camino del arte
pictórico de los hermanos van Eyck o de van der Weyden. Pero con la
llegada de Carlos I, el arte sonoro de su tierra natal se implanta con mayor
fuerza en España. El autor que formuló definitivamente el estilo
francoflamenco fue Josquin des Pres, quien se erigió en modelo para
todos los compositores posteriores. La música de Josquin tuvo particular
incidencia en la obra organística de Antonio de Cabezón y en
la de algunos de nuestros vihuelistas. La chanson Mille regretz, en particular,
fue admirada y utilizada por diversos autores en la composición de
misas, transcripciones para instrumentos, etc. El vihuelista Luis de Narváez,
quien la incluyó en su obra Los seis libros del delfín de música
(Valladolid, 1538), la definió como “canción del Emperador”,
ya que al parecer era preferida del monarca. Por ello esta pieza no puede
faltar en cualquier muestra de la música en la época de Carlos
V.
El compositor hispano más universal en la época de Carlos
I fue Cristóbal de Morales, de cuyo nacimiento, al igual que del Emperador,
se conmemora este año el quinientos aniversario. Conocido internacionalmente,
sus obras aparecen continuamente en antologías y colecciones de la
época junto a los más grandes autores europeos. No trabajó
para la Capilla Imperial, pero sí que colaboró con algunas obras
para acontecimientos importantes. De hecho, la música adquirió
una importancia enorme dentro del reinado del Emperador, apareciendo en toda
clase de actos y ceremonias. Así ocurrió, por ejemplo, en la
firma de la Paz de Niza entre Carlos V y Francisco I de Francia, acto solemne
en el que se interpretó, entre otros, el motete Jubilate Deo omnis
terra de Morales, compuesto especialmente para la ocasión. Entre las
obras relacionadas con Carlos V y su mundo musical han de citarse las misas
denominadas “imperiales”, ya que estaban basadas en temas de alguna manera
próximos a la figura del Emperador. La más conocida de este
grupo es la Misa Mille regretz a 6 voces. Se trata de una misa parodia, técnica
que supone la reutilización de material musical procedente de una composición
polifónica preexistente que, en este caso, es la “canción del
Emperador” de Josquin anteriormente citada. La trayectoria vital de Morales
le llevó por Sevilla, Ávila, Plasencia, Roma, Toledo y Málaga,
entre otras localidades. Recibió algunas lecciones de Nicolás
Gombert, maestro de capilla del Emperador, y de esa forma, incorporó
a su obra el estilo imitativo que caracterizaba a los músicos del
norte, pero sin dejarse llevar por la complejidad ni la densidad excesiva
del contrapunto neerlandés. Sus composiciones más relevantes
presentan una expresividad y una profundidad que ha venido a identificarse
con el carácter austero de lo hispano. Muestra de ello es el motete
a 5 voces Emendemus in melius, a juicio del historiador Willi Apel “una
de las obras más extraordinarias de toda la historia de la música”.
Su texto, perteneciente a la liturgia del Miércoles de Ceniza, es
una llamada al arrepentimiento antes del día de la muerte y una súplica
a la misericordia divina, mientras una de las voces, con texto independiente,
repite obstinadamente las palabras “recuerda, hombre, que polvo eres y al
polvo has de volver”.
Otro de los más destacados autores de la primera mitad del XVI es
el extremeño Juan Vázquez, quien fue además uno de los
pocos que consiguió publicar música vocal en imprentas españolas.
Natural de Badajoz, fue maestro de capilla de esta ciudad, trabajando además
en Palencia, Ávila (donde quizá coincidiera con Morales) y Sevilla.
Su única obra religiosa publicada es la Agenda Defunctorum (Sevilla,
1556), musicalización completa del oficio y la misa de difuntos (“el
monumento más majestuoso erigido en honor del canto llano” en palabras
de Samuel Rubio), y cuya sencillez y claridad se adelanta en varios años
a las exigencias del Concilio de Trento. Pese a su calidad de sacerdote,
Vázquez destacó sobre todo en la música profana. A él
se debe la actualización del villancico, género genuinamente
español cuya primera formulación corrió a cargo del
salmantino Juan del Enzina (1469-1530) durante el reinado de los Reyes Católicos.
No obstante, la producción de Enzina, quien destacó tanto en
el campo musical como en el de la poesía y el teatro, sigue sucediéndose
durante los primeros decenios del reinado de Carlos I, y su música
sigue vigente incluso después de su muerte, ya que se encuentran piezas
suyas en el Cancionero de Uppsala, editado a mediados de siglo y con presencia
de polifonistas del XVI. El estilo original del villancico estaba caracterizado
por la sencillez técnica de una polifonía vertical sin artificios
contrapuntísticos, el sabor popular de los ritmos y los textos en
castellano, y su estructura dispuesta en estribillo y coplas bien diferenciadas.
Vázquez va a incorporar el contrapunto imitativo de tradición
flamenca en combinación con el vertical, y transforma también
en ocasiones la estructura enlazando estribillo y coplas. También
cultiva la canción, musicalización de texto profano con total
libertad en la estructura musical, y con una calidad y expresividad tal que
cualquiera de sus piezas en este género son comparables a los madrigales
italianos de la época. Sus obras profanas cuentan entre las transcritas
en mayor número de ocasiones en tablatura para vihuela. De su Recopilación
de Sonetos y Villancicos a 4 y 5 (Sevilla, 1560), su colección más
celebrada, se interpretan varias piezas, de las cuales Si no’s uviera mirado,
Gentil señora mía y Soledad tengo de ti pertenecen al género
de la canción o madrigal en castellano, y De los álamos, Zagaleja
de lo verde, Si me llaman y Con qué la lavaré son villancicos
con diferentes soluciones de estructuración formal. Los textos son
muy variados, yendo desde lo más lírico a lo más desenfadado,
aunque el tema amoroso es el más frecuente.
Uno de los músicos que acompañaron al Emperador en gran parte
de sus viajes por España y el extranjero fue el flamenco Nicolás
Gombert, maestro de la Capilla Imperial hasta que fue sucedido por T. Crequillon.
Gombert se formó bajo las directrices del propio Josquin. Su estilo
contrapuntístico denso y complejo, característico de la llamada
cuarta generación francoflamenca, influyó poderosamente sobre
los compositores hispanos, y sus obras aparecieron constantemente en los
cancioneros españoles. No obstante, la influencia fue recíproca,
ya que Gombert supo también utilizar la principal forma de la tradición
autóctona, el villancico, con su citada estructura dispuesta en estribillo
y coplas y texto en castellano, a lo cual incorpora su técnica contrapuntística.
Muestra de ello es la pieza Desidle al Cavallero, único villancico
de autor extranjero incluído en el Cancionero de Uppsala, una de las
principales fuentes musicales durante el reinado de Carlos I. Al parecer,
este cancionero era el repertorio musical usado en la capilla del duque de
Calabria en Valencia. Editado en Venecia en 1556, fue localizado en la universidad
sueca de Uppsala por el musicólogo Rafael Mitjana. Está compuesto
exclusivamente por villancicos, y aunque las mayoría de las piezas
son anónimas, algunos autores localizados son Juan del Enzina, Cristóbal
de Morales o Juan Vázquez, además del propio Gombert. El repertorio
en su conjunto supone un avance en tanto a la adopción de la polifonía
imitativa. La melodía de la citada pieza de Gombert fue luego reutilizada
por el gran organista ciego Antonio de Cabezón en sus célebres
Diferencias sobre el Canto del Cavallero.
También de la cuarta generación francoflamenca es el prolífico
Clemens non Papa, que coincidió con Gombert y con el propio Emperador
con motivo de la firma de un tratado en Brujas en 1544, e igualmente en 1549
en el último viaje de Carlos V a los Países Bajos, colaborando
activamente en ambas ocasiones con la composición sendos motetes. La
textura densa del contrapunto neerlandés se agiliza en sus chansons
profanas para proporcionar agilidad y frescura, algo que se está desarrollando
con mayor conciencia en la chanson parisina de Sermisy y Janequin. La chanson
La, la, maistre Pierre de Clemens no es sino una despreocupada canción
de taberna que, sin embargo, en manos de un autor neerlandés se convierte
en una pieza densa y refinada. Como gran parte del repertorio en francés
de la época, apareció en las sucesivas colecciones impresas
por el compositor y editor Tylman (o Thielman) Susato (c. 1500-c. 1564). Las
antologías de Susato (quien fue sucedido a su muerte por su hijo Jaqcues
en la labor editora) comprenden hasta 25 libros de chansons, además
de otros de motetes, misas, danzas, etc., editados entre 1545 y su muerte.
Por su cronología son una fuente indispensable para conocer la música
del norte de Europa en la época del Emperador.
Sin duda, uno de los principales problemas a los que se tuvo que enfrentar
Carlos V y su ideal de Imperio Cristiano fue la Reforma Protestante. En
1534, y bajo el reinado de Enrique VIII, se produce la separación
oficial de la Iglesia anglicana inglesa de la de Roma. Sin embargo, el cisma
no afecta al estilo musical, y junto a rasgos específicamente ingleses
como la variedad sonora contrastando diferentes grupos de voces o la vocalización
melismática libre en un estilo florido y complejo aparece la influencia
del estilo internacional francoflamenco, que se deja sentir sobre todo desde
1540. Al mismo tiempo, aparecieron nuevas formas para la música religiosa
con texto en inglés, como el anthem o el serve. Pero el cambio no ocurrió
sino de manera muy gradual, y se siguió componiendo mucho repertorio
en latín que fácilmente podría encuadrarse en la liturgia
católica. Uno de los autores ingleses más apreciados es William
Byrd, quien a pesar de ser católico romano declarado, estuvo al servicio
de la capilla real e incluso disfrutó de una concesión exclusiva
para imprimir música en Inglaterra. Compuso tanto música católica
como anglicana, destacando también en la música para teclado.
Sus obras en latín son tan modélicas del estilo exigido por
la Contrarreforma como puedan serlo las de Palestrina o Tomás Luis
de Victoria. Muestra de ello es el jubiloso Laudibus in sanctis a 6 voces.
Otro de los autores clave del período en Inglaterra es Thomas Tallis,
quien fue maestro de Byrd, y que participó activamente en la creación
de un repertorio específicamente anglicano. Su extensa obra refleja
los trastornos religiosos y los constantes cambios políticos que afectaron
a la música eclesiástica inglesa durante los reinados de Enrique
VIII, Eduardo VI, el breve paréntesis católico de la reina
María, y por último, el reinado de Isabel I. Salvator mundi
es un dramático motete en latín, y por el contrario Hear the
voice and prayer es un modélico ejemplo de full anthem o antífona
plena, con escritura coral contrapuntística salpicada de expresivas
homofonías. El anthem cumplía en la liturgia anglicana una
función similar a la del motete latino en la católica. Pero
en todas sus obras, Tallis muestra un estilo muy personal en el que la disonancia
tiene especial presencia.
En Francia, país con cuyo rey Francisco I mantuvo el Emperador continuos
litigios, se había desarrollado un estilo caracterizado por el ritmo
vivo y el carácter desenfadado, en polifonía preferentemente
homofónica, que inauguró un género, la chanson parisina,
desgajado del tronco común de la chanson polifónica en francés.
Sin embargo, algunos autores supieron incorporar las técnicas imitativas
francoflamencas sin perder en absoluto sus características esenciales.
La cumbre de la chanson parisina se alcanza con las obras programáticas
de Clement Janequin, quien desarrolla hasta el límite los recursos
contrapuntísticos y las descripciones realistas plasmadas en música
con piezas como Le chant des oyseaulx, El canto de los pájaros, donde
el coro imita los trinos de diversas aves. Ésta y otras piezas fueron
recopiladas en las antologías que el editor Attaingnant publicó
entre 1528 y 1549, y cuya importancia es similar a las de Susato. La melodía
principal de esta obra de Janequin se encuentra transcrita también
en una obra española, el Libro de Cifra Nueva para tecla, arpa y
vihuela (Alcalá de Henares, 1557) de Luis Venegas de Henestrosa.
El estilo musical de la España del Emperador tiene su epílogo
en la obra de Francisco Guerrero, continuador y transformador del estilo
de la época de Carlos I. Guerrero fue un incansable viajero, y las
motivaciones de sus desplazamientos eran personales unas veces, promocionales
o comerciales otras. De entre sus múltiples viajes es famosa su peregrinación
a los Lugares Santos, fruto de la cual conservamos su diario Viage a Hierusalem.
También merece citarse la visita que hizo a Carlos V en su retiro de
Yuste poco antes del fallecimiento del Emperador. En esa ocasión, Guerrero
entregó como obsequio varias misas manuscritas y un libro de motetes
al monarca, quien de inmediato ordenó que se interpretase una de las
misas. Guerrero fue alumno de Morales, y aunque estilísticamente suele
incluírsele en la época de Felipe II, su estilo debe mucho
al de su maestro, especialmente en la música religiosa. El estilo denso
y expresivo puede detectarse en el motete Ave Virgo Sanctissima, a 5 voces,
en cuya parte central se parafrasea el célebre comienzo del Salve
Regina gregoriano. Supo ser mucho más original y autodidacta en la
música profana, campo en el que tiene ejemplos insignes como la canción
Huyd, huyd. Esta canción se incluye en su obra Canciones y villanescas
espirituales (Venecia, 1589), y además se encuentra también
recogida en el Cancionero de Medinacelli, la otra gran recopilación
musical de la época junto al Cancionero de Uppsala. El Cancionero Musical
de la Casa de Medinacelli fue recopilado alrededor de 1569, y es una muestra
de lo que el estilo francoflamenco había aportado a la música
española. El estilo sencillo del villancico de Enzina se había
transformado en un contrapunto mucho más elaborado y que recoge también
los avances expresivos del madrigal italiano, tal y como comprobamos en las
obras de Juan Vázquez. Es un repertorio selecto que muestra lo más
avanzado de la producción española casi en la fecha de la
abdicación del Emperador, con piezas de Morales, Vázquez,
Guerrero o Gombert entre otros. El texto del citado Huyd, huyd es una profunda
y dramática reflexión sobre los peligros del amor ciego “que
en un punto convierte el gozo en llanto” y que en última instancia
“da por paga suspiros, dolor, llanto, angustias, muerte”, una idea que puede
hacerse extensible al amor que Dios tuvo por los hombres, y que posibilita
su catalogación como “canción espiritual”. El recital acaba
con el motete en dos partes Maria Magdalena a 6 voces, cuyo texto del Domingo
de Resurreción se desarrolla en un estilo ya más acorde con
el estilo contrarreformista, en una polifonía más transparente
y con frecuentes homofonías entre las voces. Sobre este motete compondrá
más tarde una misa Alonso Lobo (c. 1555-1617), maestro de capilla de
la catedral de Toledo y que, junto a otros autores como Tomás Luis
de Victoria, transforma el estilo renacentista hasta dejarlo a las puertas
del naciente barroco.
Vicente Antúnez
Quodlibet